Era una tarde a su lado en el parque, una más. El ambiente era especial, el olor de la hierba fresca recién cortada, los rayos de sol de finales de verano, que hacían que pareciese más rubia aún. Estaban sentados en un banco, juntos, ella ligeramente acurrucada sobre él, adormecida por el sol. Él pasándole un brazo por los hombros. Ella no podía dejar de pensar, no podía dejar la mente en blanco. Tenía a un chico fantástico a su lado. Le quería. Pero tenía miedo, miedo a estropearlo, miedo a que saliese mal, miedo a que él no la correspondiese. Le miró, el también pensaba en sus cosas, seguramente ajeno a sus sentimientos. Una ráfaga de viento le puso la piel de gallina. Él lo notó y le dejó su chaqueta. Ella maldijo por lo bajo. Era eso, eran esos detalles simples que la gente no suele notar los que la enamoran. Eran amigos. Eso estaba bien, ¿no? Se suponía que estaba bien. Pero no lo está. Ella no lo está. Las lágrimas que tan solo ve su solitaria habitación, lágrimas que caen de unos ojos azules preciosos, dicen lo contrario, dicen que no está bien, que así nada está bien. Cuando le ve se le acelera el pulso, y una sonrisa aparece en su rostro sin poder evitarlo. No sabe si decírselo o no, él a veces la trata como si quisiese algo más, como si la quisiese a ella, pero otras es distinto, otra la trata como a una más.
-¿En qué piensas?-su dulce voz la saca de sus pensamientos bruscamente.
-En nada
-Estabas muy seria, ¿en qué pensabas?
-Ya te lo he dicho, en nada-no quería sonar tan borde, pero ya estaba dicho.
-Si tu lo dices... Anda vamos con los demás, me han dicho que están en la plaza.
No lo aguantaba más, tenía que decírselo. Le paró un segundo, le abrazó con lágrimas en los ojos y se lo dijo. Estaban muy cerca de donde habían quedado con todos. Él se quedó callado, ella quería salir corriendo, pero se mantuvo quieta. Siguieron andando sin decir una palabra hasta que llegaron con todos. Él no se acercó a ella, ella no tuvo el valor de acercarse a él.
Al llegar a casa cerró la puerta dando un fuerte golpe. No importaba. Estaba sola. Se deslizó hasta el suelo hasta que flexionó las rodillas y se echó a llorar. Único testigo, esas cuatro paredes, las mismas de siempre.
Algunos días después todo seguía igual, él no le hablaba. Ni la miraba. Ella se puso enferma. Y los días pasaron y pasarán. Un amor no se olvida en dos días, pero si se olvida.
-En nada
-Estabas muy seria, ¿en qué pensabas?
-Ya te lo he dicho, en nada-no quería sonar tan borde, pero ya estaba dicho.
-Si tu lo dices... Anda vamos con los demás, me han dicho que están en la plaza.
No lo aguantaba más, tenía que decírselo. Le paró un segundo, le abrazó con lágrimas en los ojos y se lo dijo. Estaban muy cerca de donde habían quedado con todos. Él se quedó callado, ella quería salir corriendo, pero se mantuvo quieta. Siguieron andando sin decir una palabra hasta que llegaron con todos. Él no se acercó a ella, ella no tuvo el valor de acercarse a él.
Al llegar a casa cerró la puerta dando un fuerte golpe. No importaba. Estaba sola. Se deslizó hasta el suelo hasta que flexionó las rodillas y se echó a llorar. Único testigo, esas cuatro paredes, las mismas de siempre.
Algunos días después todo seguía igual, él no le hablaba. Ni la miraba. Ella se puso enferma. Y los días pasaron y pasarán. Un amor no se olvida en dos días, pero si se olvida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario